10.5.09

Miranda July: ¿Pero de qué va esta chica?

En Los Ángeles operan las inquietas y fantasiosas neuronas de la mujer orquesta Miranda July, de quien Seix Barral publica “Nadie es más de aquí que tú”. La experiencia de visitarla es casi tan inclasificable como sus cuentos. Por Antonio Lozano.

En el estudio de Miranda July no hay cortinas, pero sí un telescopio embalado. Uno no encuentra a la vista ni uno solo de los premios que recibió su película Tú, yo y todos los demás en diversos festivales, pero se topa con un artilugio de plástico con el que las embarazadas pueden hablarle a su feto. Si hacemos caso al mantra de Ikea de que somos lo que habitamos, la excéntrica guarida de esta mujer confirma lo ya intuido por los que la han visto actuar o la han leído: sus circuitos neuronales no se rigen por las conexiones estándar. Su extrema delgadez, que le confiere la fragilidad de un junco, y unos ojos de un inquietante azul fluorescente apuntalan la sensación de no estar del todo frente a un congénere. A la propia July le cuesta dar con las palabras que la definan a ella y a su obra, de aquí que su talante multidisciplinar (autora de performances y proyectos web, actriz en clubs, videoartista, pintora, cantante, guionista de cortos y películas, cuentista…) pueda verse como un trabajo en curso con el que intenta explicarse su identidad múltiple.
O quizás es que todos los descendientes de hippies de pura cepa –y sus padres, editores de libros de astrología, homeopatía y otras miradas alternativas al mundo, lo fueron de la mejor cosecha, la del Berkeley de los 1960– salieron algo especiales. “Aún siendo niña, podía percibir la extrañeza de lo que me rodeaba. Mi familia no era como las que salían en las series de televisión. Yo entonces quería vivir en los suburbios como la mayoría, pero con la distancia me he dado cuenta de lo afortunada que fui al crecer en un ambiente tan abierto, lleno de estímulos. No necesité salir al mundo exterior para dar con ideas y posibilidades excitantes”. Este caldo de cultivo propició un despegue artístico precoz. Era tanta la fantasía que se acumulaba en su cabeza de niña que necesitaba expulsarla en forma de relatos a los que les ponía dibujos. “Escribí uno en el que una chica escucha un día una voz que le llega del cielo, animándola a seguir adelante sin hablar con nadie. Con mis cuentos adultos me he dado cuenta de que llevo toda la vida hablando de lo mismo”. No hay duda. En esa alucinación infantil estaban ya encriptadas las claves de un buen número de las historias de Nadie es más de aquí que tú, atravesadas por la dislocación, la ingenuidad y la ternura con que decodifican los niños su entorno.

Lo extraño y lo ordinario
El primer valedor de Miranda July podría decirse que fue Jonathan Lethem antes de ser Jonathan Lethem, cuando era un simple empleado de una librería de San Francisco y tuvo comentarios elogiosos para el fanzine de una chica de 15 años en el garaje de cuyo padre veía partidos de béisbol vía satélite. La artista total recuerda el momento preciso en que tomó conciencia de que esas reservas inagotables de fantasía podían, de hecho, convertirse en su modus vivendi, en que dio el salto de fe que supone pensar que tu imaginación pagará las facturas. “Ocurrió durante la puesta en escena de una obra que escribí cuando iba al instituto y en la que me carteaba con un presidiario. Alquilé una sala abonada a los conciertos de punk, contraté personalmente a los actores y, mientras veía la representación, me decía ‘esto es lo que he estado buscando, así es como voy a conseguir que me entiendan’. Era muy joven y, en consecuencia, temeraria en extremo”.
Tanto, que la llamada de la vocación la impulsó a abandonar la universidad. La presunción de la juventud no tardó en recibir un severo correctivo. De cara a pagarse las facturas tuvo que hacer de cerrajero de vehículos y disfrazarse de vaca para repartir folletos. “Puesto que atravesaba una fase de feminista colérica, era una vaca agresiva que no entendía de qué se reía la gente al verme. Lo que me hacía resistir era saber que estaba destinada a alcanzar grandiosas cotas artísticas, una convicción de esas que sólo puedes tener cuando te falta el dinero para comer”. Miranda July reconoce que en ese período creía que los museos eran aburridos, sin sospechar que algún día sus vídeos e instalaciones entrarían en el MOMA, el Guggenheim o el Whitney.
Paradójicamente, aquellas formas de manutención desprovistas de cualquier lustre encerraban un reverso creativo potentísimo. Al reciclarlas en material para sus actuaciones en vivo y para sus cortos, July iba afilando otras de las piedras de toque de su repertorio en expansión: transformar situaciones ridículas, momentos incómodos o episodios desconcertantes de carácter personal en un canto a la poética surrealista de la existencia. “Siempre he estado rodeada de gente culta y con muchos conocimientos, que me han hecho pensar ‘¿disfrutaré de otra vida en la que prestaré la atención suficiente?’, porque mis historias se alimentan de experiencias accidentales, anecdóticas, nimias. Muchas veces empiezan con un detalle del mundo real que desencadena una emoción profunda de la que voy tirando. Por ejemplo, las clases de costura a las que iba mi madre (base del cuento Diez verdades)”.
Los relatos de Nadie es más de aquí que tú no son tanto piezas narrativas en el sentido convencional como la observación de situaciones corrientes, y el análisis de las emociones que despiertan a partir de un ángulo de incidencia distanciado y perplejo que saca a la superficie su complejidad y rara belleza. “Las cosas más extrañas están contenidas en las más ordinarias. Mi fuerte es quizás fijarme en cómo se mueve y se expresa la gente”. Un día se encontraba en el videoclub cuando oyó que una empleada de edad avanzada le decía a una colega de su misma generación: “Es como compartir tu vida con un amante”. A lo que la otra le respondió: “Oh, sí, y qué me dices de cuando se ponen a ronronear…”. Este factor sorpresa, así como la capacidad del otro para cambiarnos con su roce, cautiva a muchos de los personajes del libro, en gran medida criaturas vulnerables y que, desengañadas con lo prosaica que resulta la realidad, están ansiosas por conectar con alguien dispuesto a jugar en su patio de ilusiones. O, como en el caso de uno de los mejores cuentos, El equipo de natación, a aprender a nadar en un comedor.
Luego está el sexo. Un tratamiento atrevido, que con frecuencia cae en lo morboso y, a veces, patina hacia lo enfermizo (Majestad). “La sexualidad que muestro puede resultar extraña porque no tiene nada de erótico y muchas veces ni siquiera es real ni posible. Creo que es el apartado donde más se nota hasta qué extremo mis relatos surgieron del subconsciente. Y lo digo de forma literal, ya que, muchas mañanas, lo primero que hacía al despertarme era ponerme a escribir en la cama, mi lugar favorito, sin tener idea de hacia dónde me dirigía. De aquí que mi acercamiento al sexo parezca tan íntimo e instintivo”.

Quiérete más
Miranda July merienda una tostada integral con té verde (sin azúcar), comenta que hace yoga y recomienda un spa coreano. Mirando fijamente a sus ojos de alienígena, uno tiene la certeza de que sería una hipnotizadora de primera sin esforzarse. Nadie es más de aquí que tú, ganador del premio mejor dotado del mundo en su categoría, el Frank O´Connor International Short Story Award, recoge desde su mismo título la motivación que ha impulsado toda la carrera teatral de la autora, desde sus pinitos pubescentes en un club de Berkeley, que ella resume así: “Esto es. Aquí nos hemos encontrado. Los presentes y nadie más compartimos este momento. Seamos conscientes de ello y vivámoslo. Mostremos con inmediatez lo que estamos sintiendo”. En la línea de Sophie Calle, Miranda July es, antes que nada, una agitadora cultural, una guerrillera del happening feliz, pues un buen número de sus proyectos pretenden convocar a una comunidad de extraños a una fiesta catárquica, anudar lazos de fraternidad de forma ocurrente y lírica. Uno de los más recordados es Learning To Love You More (“Aprendiendo a quererte más”), una web en la que, junto a Harrell Fletcher, proponía toda una serie de tareas (fotografiarse una cicatriz y explicar su origen, besar a la primera persona que te cruzaras, crear una constelación uniendo las pecas de una persona, pasar tiempo con un moribundo…) que luego la gente enviaba en forma de textos, fotos, grabaciones, vídeos… Idéntica euforia y mutación desató el corto que July escribió para Miguel Arteta, Are You The Favourite Person of Anyone? (“¿Eres la persona favorita de alguien?”). Una chica colgó su respuesta en You Tube invitando a todo el mundo a sumarse, lo que desencadenó un efecto vírico.
Puesto que Miranda July se mueve en un universo plagado de abstracciones y sutilezas, intentando traducir al lenguaje corporal, en palabras o imágenes, algo tan voluble como son los sentimientos más enterrados o las emociones más esquivas, forzando a la realidad a mostrar su lados más bizarros y luminosos, extrayendo poesía de debajo de las piedras, su obra, con independencia del formato en el que se presente, bascula entre lo sublime y lo sonrojante. El momento de Tú, yo y todos los demás –síntesis de cuanto tiene de bueno y de malo el cine indie americano– en que dos zapatitos de color rosa, que llevan escritos “Tú” y “Yo”, son captados en un plano cenital haciéndose mimitos, catapulta el concepto de cursilería hacia nuevos horizontes de significado. Por el contrario, cuentos como El niño de Lam Klein transmiten tanta ternura como un cachorro shar pei. Aunque todo es cuestión de gustos, claro.

Gabinete de las maravillas
Quintaesencia de lo cool, pieza clave de esa enrollada cultura americana que estrena en Sundance y publica en la revista The Believer, July siempre conseguirá, cree lo que cree, tocar el corazón del moderno que se sueña alternativo, mientras que el resto del mundo se debate entre arquear una ceja o sacarse el sombrero. A la artista total le costó digerir el entusiasmo que generaba entre los circuitos más in. “Cuando admiraba a escritores y cineastas nunca pensé que parte de su trabajo consistía en luchar contra la conciencia de su éxito y las distracciones que ello acarrea. Además, al principio me sentía muy vulnerable y expuesta cuando un extraño se me acercaba a felicitarme. Tuve que construir formas de protegerme de lo hipnótico que resultaba todo”.
Una vez levantadas las defensas contra el engreimiento, llegó la crisis económica que aplazará hasta el verano el rodaje de su segundo largometraje, Satisfaction. Antes de gritar acción, será una de las invitadas a la Bienal de Venecia, para la que ha ideado un jardín mágico, “provisto de un césped tan suave y chillón como el que pisan los Teletubbies”, por el que esparcirá esculturas, pedestales y estrafalarios artículos de vestuario, y que requerirá de la participación activa de los visitantes.
Tour acelerado antes de concluir la entrevista. En la habitación de los trastos o gabinete de las maravillas, July guarda, entre otras muchas cosas, los emails más disparatados que ha recibido, caretas de carnaval, una alarma de fabricación casera que le regaló una amiga a los 18 años para protegerla de los violadores y que todavía funciona, un platillo hortera con la foto de un desconocido posando en algún lugar de Taiwan y que le inspiró su primer relato…
El telescopio es un regalo de cumpleaños para su novio, el director de cine Mike Mills (Thumbsucker). El obsequio para el periodista son dos aguacates recién extraídos de su huerto. Al resto, les brinda un consejo:
“Ya dispones de todo cuanto necesitas para empezar a ser lo que quieres llegar a ser o hacer lo que quieres llegar a hacer. Lo que crees no tener es lo que te capacitará para conseguirlo. Lo que sientes respecto a lo que te falta es justo lo que tienes que ofrecer y con lo que has de conectar”.

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